Ilustración de Iván Solbes
La noticia salta a los medios –escritos– el 24 de junio, día de San Juan (mi onomástica y la del rey, vaya). Cuenta Público que “Veinte intelectuales firman un manifiesto en defensa del castellano como lengua común en España”. Al parecer, según los veinte, las desmedidas aspiraciones de las “lenguas autonómicas” están acabando con la presencia de la lengua de Castilla en la periferia de España. Contra esta dramática situación, los abajo firmantes proponen que se dejen de usar en exclusiva las otras lenguas españolas en beneficio de la que ellos llaman “común”. Entre los promotores de esta sesuda reflexión está, nada menos, don Fernando Savater, a quien las revistas Foreign Policy y Prospect acaban de declarar uno de los “cien intelectuales más influyentes del mundo”. Vale.
Tanta excelencia intelectual junta me da que pensar. Salgo inmediatamente a la calle a comprobar a qué nivel de indecencia lingüística estamos llegando en este país. Les diré, en todo caso, que vivo en una pequeña ciudad del área de Castellón, mayoritariamente catalanohablante. Voy a una librería, pero allí están, impertérritas, las obras de Savater y las de la mayoría de sus colegas (por lo menos, de aquellos de entre ellos que escriben, porque no sé si ya hemos llegado al penúltimo estadio de la perversión, en que se prohibirán los libros –en castellano– que nunca se han escrito). Sigo adelante. Me acerco a un quiosco. Allí está, como cada mañana, la prensa abrumadoramente mayoritaria, en la “lengua común”. Continuemos. Los cines: en Castellón, como en Barcelona, prácticamente todos los estrenos en español. Más: pongo la tele. Aunque el Partido Popular valenciano intenta prohibirlos –por nuestro bien: para hacernos más comunes–, se reciben en mi TDT los cuatro canales de la Televisió de Catalunya. A su lado, 40 canales en perfecto español –los mismos que en Barcelona–, y la emisora local, Canal 9, con algunos programas en catalán y el resto en romance común.
Me desespero. No dudo de que el español esté en peligro en España –lo dicen veinte intelectuales–, pero entonces, algo falla. Quizá yo no lo sepa y en Mataró, en Andratx o en Vitoria a los castellanohablantes se les obligue a llevar una estrella amarilla, o un lazo rojo en el pelo (hay integristas muy excéntricos). Llamo enseguida a mis amigos catalanes, baleares y vascos: no existen tales medidas. En realidad, todas las encuestas nos dicen que una parte importante de las poblaciones respectivas de Cataluña (también Baleares y Valencia), Euskadi y Galicia son monolingües en castellano. Ese porcentaje, de hecho, no baja del cincuenta por ciento. Entonces, ¿cómo se puede acorralar y descomunizar a la mitad de la población?Cataluña es el meollo de la cuestión. A los vascos se les tolera (ETA al margen, se les sospecha un carácter paleoespañol), los gallegos no cuentan (esos preportugueses desnaturalizados), pero los catalanes amenazan el ser de España: su virgo.
Entonces, me digo, si ellos son el cáncer del país, la sangre debe de estar ya desembocando en el río. Al fin y al cabo, allí se aplica la inmersión lingüística: todos los niveles educativos son en catalán. Y esas masas discriminadas, esos ciudadanos comunes violentados en sus derechos más íntimos, esos buenos españoles malogrados por el botiguer catalán deben de estar sin duda manifestándose en masa ante el Palau de la Generalitat. Miremos las estadísticas. Cantidad de padres que ha pedido que sus hijos reciban escolarización en castellano en toda Cataluña: 23 (entre más de un millón de alumnos).¿No les gustan a los intelectuales las estadísticas? Pues en el País Valenciano son una ciencia muy exacta. ¿Sabe don Fernando Savater, por ejemplo, que hay 93.700 alumnos valencianos de primaria y secundaria que preferirían recibir enseñanza en valenciano/catalán pero son escolarizados en castellano porque la Generalitat de aquí está ocupada por gentes muy comunes? 93.700 alumnos (son datos de Escola Valenciana) contra 23. ¿Quién persigue a quién?
Siempre he despreciado al que ampara a los ricos y ataca a los pobres o al que le roba directamente a los pobres para dárselo a los ricos. ¿Proteger una lengua que hablan cuatrocientos millones de personas y que en el ranking mundial ocupa el tercer lugar? Se necesita ser muy tonto o tener mucha mala fe para venir con esa canción a este festival. Que yo sepa, en España, las únicas lenguas perseguidas –desde los decretos de Nueva Planta de Felipe V hasta los estertores del franquismo– han sido las lenguas no castellanas. Y, ahora mismo, el único partido político que hostiga con saña a una lengua es el Partido Popular en Valencia, que lleva a cabo una campaña indisimulada contra el valenciano/catalán, aunque sin subterfugios “intelectuales” (son gente más simple). Ríase usted de ERC en Cataluña. ¿Para cuándo un manifiesto de savateres, vargasllosas y boadellas para defender la lengua habitual de los valencianos contra las agresiones del poder?
La misión de los intelectuales en este perro mundo es bastante ingrata. Por jugarse de verdad el tipo, a nadie se le incluye en la lista del Top100. En cambio si vas de víctima, de perseguido (aunque hace años que no bajas del Rolls y de la Visa y tus libros y tus conferencias se venden y se imparten a precio de oro en el territorio donde dices que te quieren mal), acabarás triunfando. Señores intelectuales comunes: si quieren causas nobles, yo les podría sugerir unas cuantas. Pero la persecución del castellano… ¡Anda ya!
Joan Garí es escritor. Su último libro es la novela La balena blanca
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